lunes, 31 de enero de 2011

Realidad


Comencé a escribir. Sí, esta noche aparecería en forma de papel.


“El otro día te prometí que nunca jamás iba a dejar de faltar a la cita del acantilado, te sinceraste conmigo y me pareció un gesto con el que yo no podía jugar así como así. Te pido que hoy no me insistas, que no aparezcas. No me apetece dejar la mente en blanco. No tengo ganas de ir a aquel lugar que parece que todo está hecho para mí. Demasiados recuerdos que últimamente angustian, ya me entiendes. No me queda más que decirte que lo siento, mañana prometo volver y con más fuerzas que nunca y sobretodo con más ganas de no pensar en nada, ya sabes, de ese mundo tuyo y mío.”


La revisé unas cuantas veces, pero sabía que estaba bien, es lo que ocurre cuando escribes con el corazón. Asique me dirigí hasta aquel lugar donde hoy no iba a quedarme por mucho tiempo. Me agaché y por un momento observe el cielo que se posaba ante mí. Precioso. Sabía que él me estaba observando desde algún lugar, pero que no aparecería porque sabía que no quería quedarme por mucho más tiempo. Se lo agradecí. Asique conforme me iba yendo iba disfrutando de la humedad del suelo, del viento azotando mi cara y del universo de estrellas que se mostraban ante mí. Esa noche… debía descansar en la realidad.

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